Estamos en la época del año donde la barba blanca y la gordura se convierten en alegrías.
Imaginemos por un momento que Santa existe. Reparte regalos, vive en el Polo Norte y cumple con una misión verdaderamente difícil (darle la vuelta a todo el mundo no debe ser fácil, supongo). Si a eso le añadimos el bajar y subir por las chimeneas, comer las galletas, tomar el vaso de leche, no hacer ruido alguno y no ser captado por ninguna cámara (en estos tiempos actuales). Es una tarea muy (acentuando) difícil.
Debe estar en los últimos pasos de su plan "Navidad", coordinando con sus incansables compañeros, los duendes, y confirmando las direcciones de cada niño y niña en todo el mundo. Mamá Noela desesperada, prepara el traje de gala para el gran día, y de paso ayuda a Noel con las redes sociales y el internet (el Polo Norte debe estar con las últimas tecnologías para una mejor performance y quién mejor que Mamá para ordenar todo).
La vida sería más fácil si supiéramos que por ahí hay un Papá Noel con el mejor regalo posible. Y todo eso, a cambio de algo tan simple, portarnos bien.
Muy bien gordito. Sigue trabajando. Y si en alguno momento te veo, guardaré el secreto. No te olvides de mí este 25.
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